sábado, 7 de agosto de 2010

"Ella sería mi Gradiva (la que avanza), mi diosa de la Victoria, mi mujer. Y para ello, era necesario que me curase. Y me curó gracias a la potencia indomable e insondable de su amor, en que la profundidad de pensamiento y la destreza práctica rebasaban los métodos psicoanalíticos más ambiciosos". Dalí, temblando, preguntó a Gala: "¿Qué-quie-res-que-ha-ga?". Y Gala le respondió con el rostro transformado, duro y tiránico: "¡Quiero que me mates!". "¿Y si la tirara desde lo alto de la catedral de Toledo?", se preguntó Dalí. Pero como estaba previsto, Gala era la más fuerte. "Gala me liberó de mi crimen y me curó de mi locura. ¡Gracias! ¡Quiero amarte! Te desposaré. Mis síntomas histéricos desaparecieron uno tras otro como por encantamiento y yo volvía a ser el dueño de mi sonrisa, de mi risa, de mis gestos. Una salud nueva brotaba como una rosa de mi cabeza", explicó Dalí.



Y lo que yo quiero es caer ante tus pies, convulsionando de risa, y confesarte mi amor. Quiero que seas mi molécula de ADN, garantía de inmortalidad. Quiero que seas mi Gala, mi Helena.

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